martes, 23 de enero de 2007

María de Magdala




“no debo tomar, no debo pedir: es necesario que me sea dado”
amén

Hacía la señal de la cruz, se levantaba y se iba caminando en pensamientos, la lista del supermercado, la ofrenda al canario, el boleto para el colectivo y la ratonera en la cuna para que nadie se acerque al niño: para que nadie se aleje de su punto referencial, de su lazo, de su casillero.
Sus cabellos plateados desde que no corría la sangre por la superficie de su piel, su vestido negro desde que no hablaba ya con nadie que estuviese vivo.

Magdalena era su hija.
Descreída de ese aire de brujería, del conocimiento ancestral acerca del porqué giran los planetas la luna y sus estaciones y del cómo se finge mejor la moral, Magdalena se fue; porque ya estaba ida en ese útero vacío, porque se le habían abierto agujeros en el cuerpo y no sabía cómo taparlos cómo hacer para que dejen de derramarse las tripas a través de ellos, porque cuando cocía la herida todo parecía estar normal pero en cámara lenta y en aguas del olvido.
Magdalena dudó mucho tiempo y mucho tiempo más luchó contra ella misma.
Era como María, su madre, en muchas cosas. Hasta sentía que su cuerpo era el de su madre cuando su madre era joven. Cada treinta días se renovaba el pacto de sangre que había entre ellas; la liturgia sagrada, el reconocimiento divino de la función que cumplen aquí, en esta tierra: sufrir para parir, parir sufrimiento, para que todo el universo siga su curso, para que nazcan seres muriendo otros. Son importantes -le enseñaron- en tanto guarden la responsabilidad de la especie entera son extremadamente importantes; así se lo hizo saber María, que era sacerdotisa de la luna y manipuladora de los elementos.
Magdalena de pronto no quiso ser tan importante, porque de hecho no se sentía importante en absoluto: las mulas que cargan nuestras pertenencias son igual de valiosas, pues sin ellas estaríamos siempre desposeídos y quien sabe a qué oscuro extravío puede conducir ese estado.
Un agujero se había abierto y pronto fueron grietas que avanzaban, relámpagos por su cuerpo.
Ya no se sentía tan igual a su madre.

Se vistió de hombre y huyó hacia la ciudad.





Cuando la vi por primera vez me deslumbró.
Estaba bailando en el caño de un club nocturno. Yo estaba nadando en un vaso de whisky con tres cubos de hielo. Jugaba con nada, entrecruzaba naderías y luces de colores. No me fijé en ningún detalle en particular, estaba simplemente fijado a su energía, a su ritmo generando el ritmo de la música. Audaz, desafiante, en cada uno de sus contorneos se sacudía chispas.
El sólo mirarla me hacía sentir hombre.

Esa noche estuvimos juntos durante un polvo de cincuenta pesos.


Dibujaba con mi dedo en la arena cuando la ví por segunda vez.
Venía corriendo y tras de ella la liga de la moral y las buenas costumbres representada por el cuerpo de maridos encargados de las represalias –el cuerpo policial-; las señoras, titulares de la empresa, no deben tomar ni pedir nada, no deben actuar, para eso están sus maridos que leen sus gestos de fastidio y ejecutan las tácitas órdenes –fueron años de adiestramiento riguroso y cotidiano-.
El juicio comenzó:

La madre fundadora de la liga comenzó a hablar:

se te acusa de no aceptar la “castración”, de no querer demostrar la humildad necesaria para ser mujer, de no fingir admiración por ciertos hombres cumbres de nuestra sociedad, de no ser sumisa como se debe, como se nos ha transmitido desde tiempos ancestrales cada treinta lunas en cartas escritas con sangre, escritas por la misma diosa luna, nuestra verdadera fe más allá de las máscaras que usamos en sociedad; la ley lo dice: no pedir no tomar, esperar a que nos sea concedido –para eso fuimos concebidas-, porque es ley, es nuestra función;
se te acusa de atentar contra tu propio género, mujer desmadrada.
el diagnóstico de tu enfermedad es que eres una puta; la presunta causa es que no puedes sobrestimar el pecho nutricio, que es único, perfecto y está en todos lados. eres una hereje. ¡una atea! no reconoces el amor universal de la especie, que todo lo hizo, y todo lo hizo por ti… tanto se sacrificó y sangró y sufrió más y fingió muchísimo más hasta creérselo. ¡y tú no! y como segunda presunta causa de tu enfermedad, pero sólo en segundo plano, es esa renuncia al deseo de castrar a los hombres que tenemos todas las mujeres, por herencia genética; tú te llevas en horas lo que a nosotras tanto nos cuesta, la causa de que estemos esclavizadas de por vida.


-Yo no le he hecho daño a nadie. No nací para odiar, nací para amar y es todo lo que haré.

no se trata de lo que hiciste, puta, se trata de lo que no hiciste: ¡a la hoguera, es una bruja!
las putas son brujas, es un hecho.


Hasta entonces había permanecido bajo mi túnica, escuchando. El juicio se estaba dando en una habitación cerrada, quienes participaban eran exclusivamente mujeres.

-¡Momentito! –grité mientras me daba a conocer.

Hubo murmullos. Señoras ofendidas. “Pobre la madre de este truhán” –decían algunas. Otras: “si es así de irrespetuoso será porque no habrá tenido madre”. “¡Meterse en una reunión de señoras respetables, pero qué atrevido!”. “Seguramente fue educado por otra como ésta, si hasta seguro que no es hijo de su padre… ¡válgame dios!, tipos como estos son bastardos”; “son hijos del espíritu santo que le dicen”.

-A ver señoras, díganme, ¿cuál es la diferencia entre ustedes y esta mujer a la que están juzgando? ¿Acaso ustedes no se han entrenado desde su infancia para servir a los hombres –jugando a las muñecas, arreglando la cama ni bien se despiertan, cocinando recetas y trucos como lo hacían sus madres, leyendo en las estrellas todo aquello que no se permiten emprender por ustedes mismas-? ¿Esos modos de ser maduras, responsables y respetuosas al poder de turno, no son las maneras con las que ustedes se han con-formado para ser un buen partido para un hombre? Primero inocentes y hermosas, dóciles y caritativas con el mundo, capaces de demostrar de a poco y en calculados mensajes cifrados cierta fragilidad, cierta necesidad de afecto insondable, y al mismo tiempo, y como regla férrea más que ninguna otra regla, una sensual y irreverente indiferencia.
”De a poco, ordeñando a los años perfeccionan sus actitudes, sus artimañas. Las más flacas afinan su silueta, las que quieren ofrecer nutrición engordan sus ubres, las que quieren sentarse en un trono toda la vida redondean el culo, y como mercaderías en una vidriera desfilan sus mañas y atributos. Y parece que quisieran ser elegidas. Pero no es el dinero lo que puede comprarlas. Hay que calificar, hay que encajar con el modelo que ellas buscan: las que están seleccionando en realidad son ellas.
”Y luego la fragilidad deviene lo que ahora son ustedes, señoras firmes y convencidas, dueñas de la autoridad moral de juzgar a los vivos y a los muertos.
”¿Acaso ustedes no son putas con un solo cliente?

Se hizo un gran silencio. Yo esperaba que alguna me contestara algo, sinceramente porque mis palabras habían salido disparadas sin que yo mismo supiese lo que estaba diciendo. Como un resorte, como un instinto que se encendió para que pudiese salvar a la mujer que tanto me atraía. Luego, se escuchó un murmullo y las mujeres se empezaron a retirar de a poco.
Sólo quedábamos Magdalena y yo, solos.
Con una sonrisa en los labios me dijo:

-Será mejor que empecemos a correr, campeón.

-¿Acaso no fui convincente?

-No te dijeron nada porque no le dirigen la palabra a los hombres que no conocen (como excusa a veces dicen que son sus maridos los que no las dejan). En este mismo momento, ya que no les dijiste nada que tengan ganas de escuchar, fueron a buscar a sus maridos para contarles. Ellos sí son inocentes y están libres del pecado que tu parecías imputarles a todas ellas. No te preocupes por lo que puedan reproducir de tu mensaje, no han entendido una sola palabra de tu razonamiento (pensar abstracciones nunca fue su negocio), lo que sí entendieron es que las estabas culpando de algo; es al código de las culpas y los castigos a lo que ellas son sensibles. Por lo tanto, mi querido salvador, lo más probable es que en cinco minutos esto esté lleno de maridos indignados arrojándonos piedras a los dos.

Ni bien terminó de decir esto ya se estampó a pocos metros la primera piedra. Corrimos tan rápido como pudimos y salvamos nuestra vida por un milagro.



Cuando estuvimos a salvo, quizás por una especie de arco reflejo, Magdalena me lavó los pies.

martes, 9 de enero de 2007

el prodigio que prodiga

El hijo le pidió al padre la parte que le correspondía.
-Sí, hijo, aquí tienes –respondió.
-Muy bien padre, estoy muy contento de que así sea.
-Yo no, hijo, pero si es tu voluntad yo la respeto.

Lo que siguió fue lo que todos podemos anticipar; tan sencillo como colocar un conejo dentro de una galera y luego de dos pases de varita mágica volver a sacarlo; como esas verdades que son verdades sólo por la persistencia en sostener una mentira; tan sencillo… como un milagro.

El chico de familia rica no conocía otro mundo que la estancia de su padre, los muñecos mecánicos programados que le servían el desayuno cada mañana, dos de azúcar, cuatro vueltas con la cucharita, dos panes con manteca y miel, no supo de la irreverencia de un amigo más que cuando alguno de sus perros se dormían o se meaban en su cama, al dinero no lo conocía más que como un papel que servía para jugar al estanciero o al póker, en familia, siempre en familia y que no sea con nadie más que no sea de la familia, o a lo sumo con un sirviente que ya era como de la familia…

Sucedió lo esperado.

La noche lo sedujo. Se metió en su corazón como una araña famélica y como araña sigilosa recorrió sus calles sus vertientes sus vértices sus várices sus lunas directrices. Conoció mujeres sus mares abismos de piel sus mapas infinitos. Apostó con amigos y le rindió culto a un dios silvestre: la risa. Recogió asperezas, decepciones, apostó el doble aunque sabía que volvería a perder. Y las mujeres de la noche lo llevaban a donde nunca había estado ni jamás había reinado ni apenas participado: lo llevaron a su propio cuerpo, a su propia vida.
Hubo una especial –siempre hay una especial-, que más que ninguna lo quiso y más que ninguna lo ignoró (bien, es cierto, eso de que lo quiso fue lo que él quiso pensar, porque al fin y al cabo eso… ¿quién lo sabe?). Hubo un montón de cicatrices que afluyeron como ramas a un lado y al otro de aquella gran cicatriz primera.

Alguna y otra noche fue crucificado en el relámpago en carne viva que fueron sus cicatrices abiertas.

Y entre golpe y golpe de un mundo más real, más sustancioso, más amargo e infinitamente más placentero que el de la castidad y monotonía familiar, entre sacudidas y vueltas de trompo, entre vasos de whisky y olvido reparador –así sea momentáneo-, enfadado, estafado y robado hasta perder el último centavo de la herencia anticipada, nuestro muchacho quebró y se volvió a quebrar.

Decían que por entonces el capataz de turno no necesitaba velar por sus empleados. Se comentaba en la región que el hambre y el desamparo eran tales que hasta los mejor calificados trabajaban jornada entera por monedas.

Sin dinero ni moral entró a trabajar en un McDonals. Fue ahí que recordó a su padre. Ni los cerdos de su padre comían semejante porquería, ¿a quién estaban engordando? ¿Para qué? ¿Cuál es el plan macabro de una sociedad en la que incluso los que no trabajan se comportan como androides programados consumidores de androides programados?

Pero lo hecho ya estaba hecho.

Entre tanta miseria, sumisión aquí y acullá, alegrías pactadas y solamente cuando aparece un pródigo a salvarnos a todos de las noches que devoran sueños, tanta abundancia desperdigada en la nada, en nubes de polvo y cortinas de humo, corriendo una carrera de mulas y plumas, por ver quién llega primero hacia el hoyo del final, o por ver quién llega más muerto a la muerte definitiva, entre tanta civilización mecanizada se materializó el aura de su padre.

Comprendió lo que le quiso explicar su padre desde siempre: mirá pibe, acá nadie te va a venir a regalar nada, todo te lo tenés que ganar por vos mismo, transpirando, no tenés cara bonita, no sos una mujecita para que un gil te venga a mantener, acá todo cuesta, a la guita no la cagan los perros, el ahorro es la base de la fortuna, te tenés que romper el culo si no tenés concha y querés tener algo, tenés que retener y retener toda la mierda, como superman, hasta que te den hemorroides de tan roto que te quedó el culo por retener, transpirá carajo, porque fue así desde siempre, el que tiene tiene y vale, y el que no tiene se jode y vale mierda, igual que el tema de las mujeres que como no pueden mear paradas se tienen que agachar, vos tenés que tener una buena mujer al lado para que te administre los bienes, que gracias a vos ella la tenga bien grande, que sea la mejor y la más reluciente gracias a vos, ¿qué madre le vas a dar sino a tus hijos? que ella tenga los mejores hijos así se queda con vos, el matrimonio es una sociedad, uno pone tanto y el otro pone tanto otro, ella te da hijos a vos y vos tenés que trabajar para hacerla feliz y que no tenga siquiera deseos de irse tras un tipo mejor que vos, simpre hay mejores pero lo importante es el compromiso de fundar una familia, un contrato familiar, no hay que caer en la tentación como me pasó a mí aquella vez (en un hilo de duda: quizás no debería estar diciéndote esto…), yo siempre quise conocer el mundo…


Lo que le molestaba más no era que el matrimonio sea una sociedad (desde su origen como institución fue el medio más amigable que tuvieron las distintas castas para negociar), lo realmente insoportable era que la sociedad se haya convertido en un matrimonio: correcto, pulcro, moderado, sin que nada sobre ni se desperdicie jamás, y si es así, si alguien quiere introducir un desajuste en la economía y dar por el sólo hecho de dar y divertirse, que sea otro: nadie da nada por nada, todos prefieren retener.

Excepto este padre pródigo, que no esperó a morir para brindar su herencia, excepto este hijo explorador, que partió a ejercer la generosidad que su padre no pudo tener con el mundo circundante.

Un cliente del Mc Donals se le acercó y le dijo que una vez había pasado una noche de juerga en su compañía y que aquella noche fue la más apasionante de su vida entera. Habían estado mirando películas pornográficas durante toda la velada, luego partieron todos menos este hombre -este cliente de Mc Donals- que volvió a su casa porque su mujer ya había empezado a llamarlo a su celular.

Entonces tomó una decisión: volvería a la estancia de su padre y le pediría trabajo como jornalero.

Así fue.

Llegó a la estancia y su padre, envuelto en llanto, lo recibió:
-ningún hijo mío trabajará como jornalero en este corral, yo no me rompí el culo en vano, que te pongan las mejores ropas, que vengan orquestas y poetas a celebrar, esta noche haremos un gran derroche, la mitad de mi fortuna si es necesario, porque la línea de la vida y la muerte ha sido tocada, mi hijo, de estar muerto pasó a estar vivo y de estar vivo volvió a estar muerto.

Mientras tanto el otro hijo, el mayor, que había permanecido fiel a su padre e incluso hasta le daba la patita tras traer el diario, se enojó y le dijo a un sirviente:

-Mi hermano volvió, ya no tendré que estar tan solo ladrándole de vez en cuando al cartero o al recaudador, haciéndome el muerto cuando me reclamen consistencia, actuando para que nos riamos todos, porque es un sano juego familiar, y por eso estoy muy feliz, ahora seremos dos otra vez, pero dime, ¿por qué no matamos un cordero para festejar? ¿Por qué no traen otra cosa que vegetales? ¿Estás seguro que fue una orden de mi padre? Si así fue es algo que me hace enojar, gruñir de verdad.

-Así fue.

Entonces el hermano mayor fue a increpar a su padre:

-¿Por qué?

-Te lo explicaré hijo mayor. Yo una vez tuve un sueño y por cumplir ese sueño me rompí el culo. Ese sueño fue mi hijo menor, al que le di todo lo que yo no tuve. La mejor educación, las mejores ropas, los más caros obsequios, todo lo que estaba a mi alcance e incluso lo que no, todo era para él. Porque en él yo tenía una esperanza muy grande y secreta, hijo mayor. Quería que me redima, quería que él viva todo lo que yo no viví.
Y por eso, cuando vino aquella tarde a pedirme su herencia creí que lo había logrado, y aunque al principio me puso triste porque veía que era un despilfarrador, luego sentí que había hecho algo bien. Me sentí libre y sentí que toda mi vida tenía sentido. Yo soñaba con lo que hacía tu hermano: soñaba que lo hacía yo. ¿Me comprendes, hijo mayor?
Y con sus ojos seduje mujeres importantes. Llenas de encantos, relleando culos que de tan hermosos pareciera que nunca hubiesen cagado. Me perdí en esos pechos de fantasías, yo, en los ojos de tu hermano.
Volví a soñar. Noche tras noche, como si una odalisca bailase para mí y me contase un cuento nuevo cada vez.
Cuando me cansé de las mujeres contruí un gran imperio. Y todos los hombres escuchaban mis palabras (si supieras, hijo mayor, lo que me costó la educación de tu hermano), y las mujeres lo amaban, me amaban a mí, y yo era como superman, y volaba entre los aplausos de la gente.
Luego me cansé de los logros monstruosos y soñé que tu hermano, o sea yo, fundaba una empresa de comida rápida que era superior a McDonals, y éramos triunfadores, y el mundo entero recordaría nuestro apellido.
Y aquí lo tienes. Cuando esta tarde lo ví fue como que la magia se había terminado, como si alguien hubiese puesto un conejo dentro de una galera y que tras los golpes de varita no existiese otra magia que sacar ese mismo conejo de ahí dentro. Tu hermano estaba muerto y pretende volver a vivir entre nosotros. Y por eso esta noche habrá fiesta…

-Pero padre, no me explicas por qué no hay carne.

-Sí, hijo mío, sí habrá carne. Una carne mucho más sustanciosa y prodigiosa que la de cualquier animal. Esta noche sacrificaremos al mejor "cordero", el que más me costó y que fue el más querido, como una ofrenda para dios, que generosamente nos regaló esta vida, y gracias a este sacrificio la vida volverá a tener sentido.

sábado, 23 de diciembre de 2006

carta a los cristianos del mundo

Yo les aseguro que su religión no es honesta.

Porque mientras unos pocos tienen todo el tiempo-dinero del mundo unos muchos queman sus vidas para no morir de frío y hambre.
Y mientras los que tienen siguen predicando el verbo poseer los poseídos siguen creyendo que son libres, que son concientes, que sus acciones son voluntarias... porque así tienen que hacerlo, porque suponen que alguna vez -así sea del otro lado de la vida- ellos tendrán también.



Yo les aseguro que esa religión es un fraude.
Porque los que la representan son pésimos actores: son mujeres que fingen por instinto, que simulan por orgasmo, que esconden su naturaleza jugando a las damas, que comercian sueños y trafican somniferos, para que todos las apaudan...

Porque sólo los dioses pueden negar su sexualidad, flotar en el más allá, fotocopiar al cuerpo en la cárcel del alma, anestesiar la piel a costo de hipotecar todas las afecciones, sólo los dioses y las estatuas.


Porque el hecho de que más de uno se haya convertido en estatua no significa que ese tenga que ser un ejemplo a seguir.






-ya seguimos todos los caminos,
ya olvidamos cómo llegamos aquí,
llegamos a través del olvido...-



Les aseguro que son chismes de viejas, mentiras para que no nos asustemos de ser niños, de la muerte en nuestra sombra, del dolor de vida;
son mentiras que no le hacen bien a nadie.




¡Lo tienen que entender: no hay nada que creer!
Lo tienen que sentir: no hay nada que entender.

Tienen que creer: lo que sienten es la nada.





Les aseguro que si creen se irán al infierno de sus paraísos, la eternidad encapsulada en la hoja en blanco de la pureza -incluso hasta purificada de recuerdos que fueron perdonados, que fueron quemados en la caldera incandescente de lo maligno-;

les aseguro que los que más predican son aquellos que gozan del paraíso de sus infiernos...





Les aseguro que su religión no es verdadera.


Porque las verdades que sólo puden verificarse cuando la fiesta haya terminado son verdades de cotillón, de gente que no sabe festejar porque no son ellos los que se casan, de gente que se casa porque no sabe festejar.





Les aseguro que es cruel, porque predica el sacrificio del hijo en la cruz del Padre, el sacrificio de la hija en la virginidad de la madre.



Les aseguro que los están usando como se utilizan los bienes del mercado.



Todos igualitos, todos a un precio diferente aunque según el mismo código monetario -un código de valoración universal-, todos iguales al padre, al patrón, al modelo; distintos al enemigo, al malvado, al pecador que no se arrepiente; todos en fila y en marcha cada día hacia el lugar de trabajo -al santuario- con la boca calladita para que no se despierte papá...
Valen más lo más buenitos: los que saben dar la patita cuando se la piden tienen costo extra.
Valen más los que saben obedecer: porque no se cruzarán la calle arriesgando su vida y la inversión de sus dueños.

Valen más los que sean respetuosos: para que no le levanten a una la pollera antes de tiempo, para que no descubran que ese canal está seco, tan seco como una nuez, como el cerebro de los locos a los que se les ha aplicado electro-shoks.





Les aseguro que podemos cambiar al mundo...
Si dejamos de creer y empezamos a actuar.
Si desterramos la idea de un dios único y verdadero -¡ya sabemos que las verdades son siempre perspectivas, ¿hasta cuando se va a seguir negando el politeísmo que está siempre a pronto a estallar en esa falsa Unidad?!-.
Si dejásemos de temer para empezar a confiar: si dejásemos de creer para empezar a sentir.




Les aseguro que los cambios son posibles siempre:
estamos hechos en el mismo material que los sueños:
los sueños están hechos de fuego.